🇬🇧  English version

«Quam bene Saturno vivebant rege, priusquam / Tellus in longas est patefacta vias!»
—Tibulo, Elegiae, I, 3

Cualquier tipo de autoengaño es ya completamente inútil: el mundo se derrumba ante nuestros ojos. El miope optimismo que cierta vez caracterizó a nuestra era se ha esfumado para dar paso a la desesperanza y a la proliferación de las neurosis. El espejismo ha desaparecido para siempre, rasgando el denso velo que nos separaba de la realidad: tras el estruendo de los fuegos artificiales y las máquinas se esconde, forrada en dólares, la Edad de Hierro.

Antes de ser secuestrado por los delirios de la modernidad, el hombre de todas las culturas y todas las épocas orientó su vida en torno a una verdad fundamental más que evidente: así como el ser humano nace y muere tras pasar por diversos estadios, así como la vida en la naturaleza se basa en la repetición interminable de distintos capítulos, también la Historia (con letra mayúscula) es arrastrada inexorablemente por los ciclos característicos de la vida en el Universo. Este proceso recibió muchos nombres, siendo expresado en diversos lenguajes y dividido en distintos ciclos de duración variable. Todas las civilizaciones llegaron, sin embargo, a una conclusión idéntica: que el hombre se encuentra actualmente en su mayor estado de degradación, y que, del mismo modo, se encuentra atrapado en el último de estos ciclos, en una época de inmoralidad, violencia, materialismo y sufrimiento totalmente opuesta al carácter armónico de la Edad Dorada, ya completamente desaparecida de nuestra memoria colectiva.

Milenios más tarde, cuando todo rastro de la sabiduría de los Antiguos hubo sido suprimido a conciencia, los más inteligentes de los nuestros serían capaces de identificar un pequeño tramo de este proceso, previamente amputado de su contexto general, para llegar, inocentemente, a la conclusión de que esta desaparición progresiva de todo lazo entre los hombres es beneficioso, parte de un lento progreso lineal hacia un clon de la utopía que se encontraba, en realidad, en el sentido contrario, no en la culminación de las fases sino en su comienzo, anterior a la caída. Y se decidió que este «progreso» debía ser defendido a toda costa, pues éste representaba al bien. Sus oponentes fueron marginados y (dependiendo de la época) demonizados o simplemente aniquilados. Todo instinto conservador fue ridiculizado, y cada una de sus derrotas conmemoradas como un triunfo del bando correcto de la historia y por ende de la humanidad entera. Irónicamente, fueron estos conservadores, maltratados por las fuerzas de sus respectivas épocas, los únicos en expresar, parcialmente, la verdadera dinámica de la historia. Pues al enfrentar su tiempo a una época pasada, identificaron algo en decadencia que intentaron conservar desesperadamente, así como cierta fuerza, cierto disolvente cuya identidad fueron (casi siempre) incapaces de verbalizar, pero contra la cual decidieron luchar con todas sus fuerzas.

Nada de esto ha de sorprendernos, pues todo acontecimiento es una herramienta al servicio de estos ciclos, ineludibles; todo sucede por una razón y los perdedores suelen ser aquéllos que tenían que perder. Nuestro temperamento, sin embargo, nos impide quedarnos de brazos cruzados contemplando el avance de la corriente. Estamos obligados a luchar porque conocemos la verdad; estamos dispuestos a la acción porque, al observar el triste vacío de nuestro mundo, somos conscientes de carecer de alternativa. Y porque toda pequeña victoria, aunque frágil y necesariamente provisional (pues todo lo sólido acabará derrumbándose en la Edad de Hierro como un castillo de naipes) nos ayudaría a distanciarnos un poco más de la vileza que nos rodea.

Para eso fundamos esta orden, abierta a miembros de todas las nacionalidades. Reconociendo el final de la pax deorum, el acuerdo establecido por Roma con sus dioses roto por la transición a la fe judía, como uno de los mayores saltos en este proceso de degradación, nos disponemos a resucitar a los dioses paganos, que son universales; en oposición al egrégoro cristiano y a su tiranía, así como a su lineal concepción de la historia, oponemos la armonía natural del paganismo de nuestros ancestros, que veneraron, bajo distintos nombres, a las fuerzas del Cosmos y a la naturaleza. Reconociendo a Cronos como el regente de la Edad de Oro, antes de ser destronado por su hijo Zeus (Hesíodo), nos encomendamos a él en nuestra lucha por una breve regresión de los ciclos, por la construcción de un pequeño oasis alejado de la podredumbre.

Nuestro objetivo es la completa desconexión de todo aquello que está en ruinas o corrupto, la rebelión integral contra todo aspecto de esta decadencia, la reforma cultural y espiritual (metapolítica) de la humanidad para hacer girar, mediante un esfuerzo titánico, las agujas del enorme reloj de las eras hacia atrás, retornando, por todo el tiempo que nos sea posible, al glorioso reino de Saturno.

Únete a la orden y ayúdanos a cambiar el mundo.

N
Agosto de 2021